La certeza de lo nocivo

Todo ser humano pone sus límites entre el bien y el mal.

Manejamos los asuntos o nuestras preocupaciones de tal forma, que cuando empiezan a agobiarnos o a ser malas para nosotros, ponemos fin a esos pensamientos y decididimos esperar a que venga algo con lo que estemos mejor.

Quizás la línea que divide ese límite en mi es muy corta, y yo, muy cabezona...

Puedo tener lo que me viene peor delante de mis ojos, que tiendo a poner miles de justificaciones para ese algo o alguien que me está viniendo mal y acabar sintiéndome yo la culpable de todos los males.

Quizás cuando siento algo bueno, lo tiendo a magnificar tanto y a sacar tantas cosas buenas, que cuando deja de serlo, no quiero dejar de creer que lo bueno se ha ido, que lo especial se ha acabado, y que he justificado lo injustificable.

Hace unos días aprendí que soy fuerte, más de lo que nunca hubiera imaginado, pero también aprendí que tengo que ponerme límites, que no siempre puedo justificar actitudes para no perder, sino que a veces hay que perder para saber que no era tan bueno como parecía.

Lo que a veces hace bien, puede llegar a ser, lo que más daño nos haga. Eso no quita, que no quede un buen recuerdo de lo que fue, pero que a base de recuerdos no se alimentan los sentidos.

Que igual que luchamos cuando vemos que merece la pena, hay que dejar de hacerlo cuando nuestro bien está en juego.

Que hay veces que tenemos que renunciar a revivir recuerdos para hacerlos mejores, y simplemente seguir viviendo para tener otras sensaciones que nos lleven a sentir de nuevo.

No tiro la toalla, no me rindo, simplemente me doy cuenta, de que hay cosas que se nos van de las manos, y ayudar entonces, se convierte en síntoma unipersonal y estorbamos más que hacemos.

Mi límite no lo he elegido, ha salido sólo…esta vez soy yo la que debe ayudarse aunque pierda todo lo conseguido antes de que termine perdiéndome a mi misma.

Mí límite del bien y el mal, no lleva mi nombre, pero si lo bordea el tuyo.

L.C.R 24 de Abril de 2011